Fuente: Joan Uribe.
I Jornadas sobre Márgenes y Periferias Urbanas
Entendemos que para las personas en situación de sinhogar en contexto de calle –es decir, aquellas que no pernoctan en ninguna vivienda ni equipamiento temporal- comúnmente llamadas “personas en calle”; “en situación de calle”, o “sin techo”, la dicotomía entre los conceptos de “margen” y de “periferia”, entendidos como la frontera o el paso entre barrio marginal y barrio periférico, en el contexto de la espacialización en términos de barrio de las diferencias clásicas entre clases laboriosas y clases peligrosas (Chevalier) y, antes, entre proletariado y lumpenproletariado (Marx y Engels), no se cumple. Y no se cumple en relación a una concreta circunstancia: la espacialización.
Efectivamente, en este caso, la condición excluyente del concepto de exclusión, “va con la persona”. Son, de hecho, consideradas, como “personas marginales” o, dicho de otro modo, la categoría no opera en ellas como un vector de espacialización, sino que se convierte en un elemento de su carrera moral. Ellas “son” margen. Allí donde se encuentren. Suponen una célula de marginalidad inserta donde quiera que se hallen, corresponda o no a una espacialidad u otra, sin importar donde se encuentren: las personas en situación de sin hogar son constitutivas, en sí mismas, de “ser” margen.
Ahora bien, lo radicalmente singular del caso que aquí nos ocupa en relación a la condición de las personas sin hogar no es tanto que no opere la distinción margen-periferia, sino que ésta ha dejado, en algún punto, de operar. Es decir, si bien la dimensión territorial, la espacialidad, pudo tener una importancia primordial para la explicación de su caída a la calle como tal, una vez habiéndose quedado sin hogar, deja entonces de jugar un rol fundamental en su identidad. No importa el lugar, las personas sin hogar pasan a ser margen en cualquier rincón de la ciudad.
No tener domicilio es pues, por ende, no tener identidad individual reconocible; verse convertida en un cuerpo rondador que termina deviniendo parte del paisaje urbano de las grandes ciudades. En perpetua trashumancia, su “identidad urbana”, laboriosa y peligrosa, no es nada más que un pleonasmo anónimo y marginal a ojos de la ciudad total.