De un lado, la unidad central y principial que esclarece y domina todo; del otro, aquel que de tal unidad no sospecha siquiera la existencia y se pierde en el laberinto de una búsqueda desordenada y siempre confinada en la periferia (René Guenon).
El centro es el significado y la substancia; la periferia es la forma tangible que éste asume. La ciudad es el campo en el cual se desplegan los movimientos alternos entre forma y substancia: algunos centrípetos, otros centrífugos, todos centrifocales, es decir orientados respeto a un centro. Vivir en la periferia es identificarse con la distancia respeto al centro, proyectar el baricentro fuera de sí. Pero en la superficie terrestre no hay ningún centro: de hecho, la esfera es el lugar geométrico de las periferias, siendo su centro al interior de la tierra, y cada punto de la superficie es el centro de su propio mundo. Reconocerlo significa rectificar la ilusión del círculo, y romper la dicotomía entre centro y periferias, la dependencia de éstas del centro, la mirada altiva que los supuestos centros proyectan sobre “sus” periferias, y la identificación de quienes viven en ellas con esta proyección. Los mercantes del viejo borgo convencen a los campesinos y obreros a ser sus subordinados: pero así como la substancia necesita de las formas para expresarse, las megalópolis más pretensiosas no serían más que pueblitos, más que vacíos, si no fueran rodeados de borgate, periferias y banlieues hasta el horizonte. Son los márgenes los que dibujan el verdadero nombre de la ciudad.